Me resulta muy complicado escribir una reseña de un libro de alguien a quien aprecio tanto. Pero si aparte de apreciarle, además le admiro profundamente, ya resulta casi imposible, porque sé que vais a pensar que no soy objetiva. Y quizá tengáis razón.
Chiqui Palomares
nos trae en “Toda la verdad sobre las mentiras” la historia de una familia
media española de los años ochenta, a través de los ojos del hijo mayor, un
niño de 10-12 años. Una mirada en la que nos podemos ves reflejados todos los
que pertenecemos a esa generación que los viernes nos dejaban acostarnos más
tarde para ver el Un-Dos-Tres en las primeras televisiones en color.
A través del
protagonista de la novela iremos descubriendo la verdad de esa familia. Sus
alegrías y sus penas. Sus ilusiones y sus miserias. Sus sueños y sus
pesadillas. Recordaremos que podemos ser los héroes del recreo con una sencilla
bolsa de canicas. Aprenderemos que los parches en los ojos no siempre los
llevan los malos de las películas. Y comprenderemos que las caídas más
dolorosas no son las físicas.
Siempre he
dicho que Palomares es una mente privilegiada, con una rapidez mental, una
inteligencia y un sentido del humor excepcionales. Pero también tiene una
sensibilidad fuera de lo común, y una capacidad narrativa sobresaliente. En “Toda
la verdad…” ha construido unos personajes de verdad, a los que visualizas en
todo momento, a los que sientes en el alma y que se enganchan a tus entrañas y
tu corazón sin que seas capaz de soltarlos, y sin que desees deshacerte de
ellos. Tan agarrados se quedan, que duelen hasta a la hora de escribir esta reseña, tanto que he tardado semanas en terminar de darle forma.
Las
experiencias del protagonista consiguen dibujar sonrisas de principio a fin de
la novela, arrancar alguna carcajada, y provocar lágrimas, muchas lágrimas, sin
poder remediarlo. Una historia en la que vemos como el protagonista va perdiendo la inocencia a la vez que nosotros la recuperamos un poco. Nostalgia, recuerdos, alegría y dolor (sí, para qué negarlo) reunidos en
unas páginas maravillosas.
Gracias
Chiqui por este fantástico relato, por este maravilloso regalo llevado al
papel.
Vendad vuestros ojos y
dejaos llevar por la magia de Palomares. Recorred esta historia con los sentimientos
a flor de piel. Porque “la verdad puede escocer como el agua oxigenada”. Y
porque nunca olvidaremos el sabor del primer mordisco de ese dónut que iba envuelto en papel de estraza.
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